Elisabet Zamorano Martínez

Elisabet
Zamorano Martínez

Elisabet Zamorano en el Camino de Sant Jaume


¡Hola a todos de nuevo! Hoy será mi último post y con él os voy a contar lo prometido, mi aventura con el camino de Santiago, en concreto el Camino de Sant Jaume que es desde Sant Pere de Rodes hasta Lérida.

Fue una época de mi vida en la que laboralmente iba muy estresada, tenía demasiado trabajo y nada de tiempo para mí, con lo que decidí que tenía que buscar hacer algo que no me quitara mucho tiempo, pero que me permitiera desconectar y a la vez disfrutar de ello. ¿Cuál podía ser para mí una buena actividad? Pues sí, todo lo relacionado con la montaña, ya que no es un compromiso de tiempo, pero sí un gran satisfactorio momento de relax.

Entonces se me ocurrió hacer el camino de Santiago, que ya hacía tiempo iba detrás de hacerlo, con lo que empecé a buscar tiempo. Estaréis diciendo: “eso no se hace en un rato”. Cierto, son unos cuantos días, pero quería mirar si podría organizar unos días de vacaciones para hacerlo. Entonces encontré una solución o al menos eso pensé.

Un grupo de excursionistas quería reunirse para ir haciendo por etapas el camino de Sant Jaume. Es un largo recorrido, éramos 10 personas con las que organizarnos en horarios, días de fiesta, etc. Era un tanto complicado, pero el que algo quiere, algo le cuesta. Así que llegamos a hacer una etapa mínimo por mes, es poco y se hacía corto el fin de semana, pero también pasabas el mes organizando esos días.

El primer fin de semana que realizamos la primera etapa fue el 29 y 30 de noviembre de 2014. Madre mía y parecía ayer y va a hacer 2 años ya… Bueno, pues como os contaba, ese fin de semana, muchos lo recordarán, las lluvias llegaron con un poco de mala sombra, la verdad. ¿Recordáis unas inundaciones en Figueres? Pues sí, ahí estábamos todos y mi perra Taky, pasando por unas buenas aventuras, aunque he de decir que al amanecer y ver todo lo que nos rodeaba, daba miedo, respeto y sobre todo mucha pena. Empezamos el sábado de madrugada, con una niebla en el monasterio de Sant Pere de Rodes que no veías a quien tenías a tu lado. Llevaba a mi perra Taky, para quien era su primera aventura (una tan larga, quiero decir). Íbamos a hacer unos 28’7 km el primer día de Sant Pere de Rodes a Figueres y al día siguiente serían unos 17 km de Figueres a Bàscara. La cosa prometía, el primer día lo pasamos todos bastante bien, con el cansancio oportuno, pero muy placentero. Como decía, éramos 10 y el ser un grupo tan grande y que cada uno lleva su ritmo, hace que todos vayamos unidos y ayudando a cada uno; es divertido y me encantó conocer historias de cada uno, coger más afinidad con unos y con otros, había que ser comprensivos con el ritmo de todo el grupo y así controlar el tiempo de caminata, pero bueno, fue bien en ese sentido porque sin conocernos nos llevábamos bien.

Llegó el segundo día y la verdad es que no sabíamos lo que nos esperaba al abrir la puerta y empezar la ruta. Habíamos oído llover toda la noche sin parar, con muchos truenos, pero no esperábamos encontrarnos con ese desastre. Salíamos de Figueres, cruzando el centro y al llegar a la plaza, estaba hundida. ¡Madre mía qué desolador, qué desastre! Al pasar por las casas, muchas con escombros dentro, gente limpiando el interior de sus casas, coches dentro de ellas… ¡Ufff! Una imagen desastrosa, pero esto acababa de empezar, nosotros muy a nuestro pesar no podíamos quedarnos, pues el lunes muchos teníamos que ir a trabajar, nuestros coches los teníamos en Bàscara y teníamos que ir hasta allí andando, ya que nos habían dicho que no habían trenes ni ningún transporte por la zona hasta nuevo aviso, porque las carreteras estaban inundadas. Con lo cual teníamos que continuar y hacernos fuertes para poder avanzar sin ningún percance más.

Solamente nos quedaba avanzar y con positividad. Al principio nos parecía una aventura en la que no veíamos ningún peligro, pero sabíamos que íbamos a ir pasados por agua, con lo que a reírnos un rato, porque frío íbamos a pasar. Empezamos a avanzar y en cada paso un percance nos encontrábamos: si no era barro, era desviarnos un poco de la ruta para evitar árboles caídos o charcos inmensos, pero esto aún no era nada, yo llevaba a Taky suelta, para que ella pudiera tomar las riendas de sus decisiones, por dónde cruzar y que no pasara nada. Cada vez se complicaban más las cosas, todos estábamos cansados, porque los pies arrastraban barro, no parábamos de tener que sortear grandes charcos y cada vez era peor. Llegamos a tener que remangarnos los pantalones, descalzarnos y, con mochilas, botas en las manos y pies en el barro, fresquitos a cruzar largos caminos. Por una parte íbamos intentando ver la parte positiva que pudiera haber, pero es verdad que nos preocupaba qué podíamos encontrar más adelante.

A mí además me preocupaba mi perra, porque ellos son animales, no piensan en más adelante, disfrutan del momento. Se ponía a correr como loca por los charcos, porque le encanta el agua, pero claro, yo pensaba “si se cansa ya la hemos hecho buena, no querrá continuar y será una lucha”. Cómo iba a llevarla en brazos en aquella situación y más porque es una perra de 20 kg… Pero entonces íbamos avanzando, entramos a un pueblecito, que si habían 10 casa eran muchas y el camino se nos había acabado. Ahora sí que ya la habíamos hecho buena, estábamos delante de un río con bastante carácter que nos detenía en seco en nuestra dirección, empezamos a buscar la forma de cruzar, pensar en cuerdas, troncos, buscar otro camino, tirar algo que nos dejara hacer pie y nos diera seguridad, pero yo a todas las opciones que dábamos les veía un grave problema: había una profundidad de medio metro, el río bajaba troncos y lo que no son troncos, piedras, tablas, etc. y venía todo con mucha fuerza, con lo que yo lo de cruzar en brazos a mi perra de 20 kg más la mochila y todo lo que veía bajar, lo veía un suicidio. Así que el grupo estaba de acuerdo en que no era una opción posible la de cruzar ese río, teníamos que pensar en otra. Hablamos con gente del pueblo, no había cobertura, no tenían línea de teléfono, se había roto y no había un pueblo cercano. Después de casi unos 12 km que llevábamos la opción era volver atrás. No podía ser, después de ya todo lo pasado, nos negábamos a echar atrás, con lo que el pueblo al ver nuestra situación, nos ayudó. Estoy hablando de Pontós, con el señor José. Siempre se lo agradeceremos, el único pagés de la zona que tenía el tractor en el pueblo y gracias a él pudimos cruzar. Nos montó en la pala y fuimos cruzando el río. Gracias y más gracias, llegamos a Bàscara sanos y salvos.

Espero haberos podido contar mis aventuras, experiencias y vivencias en relación al deporte en mi vida, cada uno tiene historias y cosas bonitas que contar, me gusta haber compartido esto y que os haya gustado también a vosotros.

Gracias a todos y espero pronto poderos contar más aventuras. Ya estoy empezando a reforzar el tobillo, con lo que ya mismo os podré contar nuevas aventuras. Igualmente podéis seguir mis pasos en las redes sociales ya mencionadas en el post de la presentación.

Un cordial saludo y un abrazo a todos. ¡Hasta pronto!

Elisabet Zamorano Martínez

El Camino de Santiago


Hoy os quiero contar la importancia del deporte en mi vida. Como ya habéis estado leyendo han sido varias etapas de mi vida en las que ha sido importante practicar deporte, pues han sido las que me ha dado mi día a día y en las que he crecido como la persona que soy, me ha enseñado, me ha aportado muchas cosas buenas, malas también pero insignificantes al resultado que he conseguido.

Como sabéis he practicado varios deportes, gimnasia rítmica, natación, ciclismo, voleibol, senderismo y buceo, creo que no se me escapa nada. Es verdad que para muchos os parecerán pocos o suficientes, pero bueno yo creo que mientras pueda quiero probar a hacer y conocer nuevos deportes.

Durante estos últimos años, he estado un tanto cómoda con un deporte que se le dice (aunque para mí es algo que viene en mi naturaleza), el “senderismo”. Bueno, yo siempre lo he llamado hacer excursiones o sencillamente pasear por la montaña por donde el camino me lleve hasta que el cuerpo pueda. Con conciencia siempre, claro está, pero me encanta ver cómo el bosque me absorbe haciéndome sentir viva y llena, reconozco que cuando llevo un tiempo sin ir a la montaña se nota en mi estado, no me siento bien conmigo misma, necesito ir a la montaña a desconectar y limpiar mi mente.

Conocí un grupo que quería hacer el Camino de Santiago, pero el catalán, el Camino de Sant Jaume. Fue genial, porque conseguí hacerlo adaptando nuestro tiempo, que lo fuimos haciendo en fines de semana. Me gustó, llegué hasta Lleida y ahora querría continuarlo hasta Santiago, cuando encuentre un hueco. Empecé con mi perra Taky, pero es muy duro para ella, ya que son muchos kilómetros y ella no está acostumbrada. En este camino vivimos toda clase de experiencias, muy bonitas y también alguna durilla. Concretamente la primera fue muy productiva, sensacional, también fue duro, ya que fue el año que se inundó toda la zona de Figueres que ya os contaré, porque fue una aventura que todos vivimos juntos y, después de todo, nos unió como personas y me demostré una vez más de lo que puedo ser capaz si solo lo deseo con tantas ganas que lucho por lo que quiero.

A la vez en este tiempo tuve la suerte de hacer un bautismo de buceo, fue muy bonito e inspirador, ese día era el indicado, pues había buena mar y estaba el mar lleno de peces. Lo hice en Tossa de Mar, recomendable 100%. Me encantó.

Así me despido para poderos contar la próxima semana toda la aventura del Camino Sant Jaume de Santiago. Sé que hoy ha sido un breve post y que apenas os cuento mucho de esta aventura del camino, pero prometo la semana que viene poderos contar toda la aventura.

¡Un abrazo y cordial saludo!

Elisabet

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Mi primera lesión


Después de haberos explicado la experiencia que tuve en la Federación Catalana de Joaquim Blume, entenderéis lo que ahora os voy a contar. Ese verano fue como muchos anteriores, relajarse era lo principal, pero además preparar el nuevo año, otra vez en Rubí. Tuve tiempo para pensar y valorar todo lo que había perdido y lo ganado. Empezó la temporada y con ello los nuevos propósitos. Apuntarme de nuevo al club de voleibol de Rubí, renovar amistades del instituto, el funcionamiento de todo y la cantidad de tiempo que iba a tener a partir de ahora, por una parte era una alegría, pero a la vez, me sentía desorientada.

Así empezó ya el curso 2001/2002 apuntada en el club de voleibol en la categoría de senior y entrar al instituto recordando compañeros, clases y profesores, todo nuevo pero con un grato recibimiento que no esperaba. No estaba con los mismos compañeros pero sí los conocía, los profesores habían cambiado. Concretamente el profesor de gimnasia era uno de ellos; emocionado por mi historia, en algunas clases conseguía convencerle para que practicáramos el voleibol.

Mi vida había cambiado notablemente, el deporte se convertía en algo secundario, algo que tampoco me hacía sentir cómoda. Para mis amistades el deporte no era su prioridad, así que para ello sólo tenía el voleibol o los fines de semana que yo hacía mis propios entrenos aparte de los partidos oportunos. Con mis amistades tenía mis salidas al cine o alguna otra actividad.

Parecía que nada podía ir mal, todo había cambiado, pero me costó amoldarme y hacerme con esta vida tan relajada, en comparación a lo que yo había vivido. Pero no todo podía continuar así. Un día las cosas cambiaron: empezó con normalidad, ir al instituto, ese día había gimnasia, con lo que yo encantada. La clase estaba orientada a la práctica de balonmano, con lo que no me veía muy suelta, pero el profesor lo veía bastante parecido al voleibol (sin ofender a los que lo practican), por la razón de saltar para coger la pelota, para el lanzamiento o la recepción. Sigo pensando que no la había, pero en la muestra quiso utilizar un salto que se hace con voleibol que son tres pasos hacia delante con un salto final. En el voleibol se llama ataque y en balonmano lo quiso hacer servir para robar el balón en alto, algo que me costó caro. Lo demostré varias veces, todo bien, él la lanzaba y yo tenía que robarla antes de que otro compañero la cogiera en lo más alto y lo más rápido posible. En las pruebas y diferentes recepciones lo hice bien y todo salió bien, nos pusimos en marcha, el partido comenzaba, hasta que hice un salto a lo alto para coger la pelota, había saltado bien alto, tenía la pelota en mis manos, hasta que mis pies llegaron al suelo e internamente sentí como el desgarre de una camiseta, un dolor que jamás había ni he sentido, un dolor que me quitó hasta la respiración (y que ahora explicándoos recuerdo y me estremece). Entraba y ponía mi pierna izquierda en serios problemas, caí al suelo y no podía ni describir ese dolor. Entre compañeros y profesor me llevaban a recepción para llevarme corriendo al médico, cuando llamamos a mis padres y me escucharon hablar, sabían que esto era muy serio, que tenía mucho dolor y esto no era un simple esguince. Fui de urgencias, sin poderme quitar siquiera la bamba, al llegar cortaron los cordones de lo que se me había hinchado, no se podía hacer ni la radiografía, estaba claro que algo roto había. Aquí empezó mi mala recuperación de algo de lo que aún hoy hay secuelas. Me enyesaron el pie y después de 15 días tendría revisión, lo pasé fatal, no podía ni dormir porque al bajar la inflamación mi pie estaba morado y se movía dentro de la escayola. Cuando me lo revisaron en otro especialista en traumatología, vieron que tenía ligamento interno y externo del pie izquierdo rotos, me pusieron un vendaje compresivo y a los 15 días más (un total de 1 mes) ya me pusieron la bota de ortopedia, que te inmoviliza el pie. No lo apoyas, queda sujeto pero al menos puedes ir con las muletas y hasta llegar a apoyar la bota en el suelo sin sentir que tu pie pisa el suelo. Fue una solución porque estuve 9 meses con esa bota, tenía 15 años, a punto de cumplir los 16, era una chica deportista y tenía que ir a clase. Imaginaros cómo cambió mi vida, me veía inmovilizada por un simple salto en alto, algo que para mí había sido como caminar. Fue frustrante, doloroso, desorientador, desmotivador, una dura jugada que me veía sin fuerzas para afrontar. Pero entonces mi traumatólogo me dijo: “no puedes bajar la guardia, eres joven para operarte y deportista, si te dedicas y te cuidas de tener una buena rehabilitación, conseguirás recuperarte si tú quieres”. Eso hizo que me lo pensara, que meditara y que cogiera con fuerza esta situación y que si tenía que luchar por mi recuperación era por lo que tenía que luchar, con ello tuve que ponerme seria y ver las cosas de otra forma y a por todas. Recordé las situaciones por las que había pasado y no podía bajar la guardia.

Pasó el año y algo mejoré y no me tuve que operar, pude volver hacer deporte, intenté con el voleibol y eso fue lo que perdí, la confianza al saltar, la fuerza de mis piernas, la lesión me había hecho cambiar la forma de vivir este deporte, ya no podía ir con todas mis fuerzas, tenía que ir a medio gas y eso en mi personalidad es difícil, pero hay que aprender a superar las situaciones que la vida te ofrece. Hoy por hoy no es que me limite la movilidad de este pie, pero sí que quedó una secuela y con la que tengo que tener mucho cuidado a la hora de hacer deporte. Sin ir más lejos he estado haciendo este blog desde el sofá de mi casa, porque hice la carrera Spartan Race Sprint con un esguince de 2º grado, nada más empezar resbalé y me torcí el pie en los primeros metros. Aguanté la carrera sabiendo que me había hecho daño, pasé el sábado pero el domingo tuve que ir al médico con lo que salí con el pie inmovilizado. Qué se le va hacer, volveré a las andadas después de mi recuperación, tengo mis propósitos y espero que no sea lo que me paralice por mucho tiempo más. Las muletas ya están guardadas y esta semana ya empiezo a caminar con un poco de normalidad, ya mismo empiezo a hacer ejercicios para reforzar y volver a hacer lo que tanto me gusta, deporte.

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Mi paso por la Federación Catalana Joaquim Blume


Aquí estamos otra semana más, me presenté y os hice un resumen de lo que había sido mi historia con el deporte. Pues os voy explicar cómo fue mi experiencia en la Federación Catalana de Joaquim Blume en el año 2000/2001.

Entré con 14 años, un año antes de lo permitido, pues se inicia de cadete (que sería la franja de edad de 16-18 años). Eso ya era una desventaja, mi escolaridad tenía que ser fuera de la federación, con ello había otros grandes inconvenientes, los horarios no se amoldaban a los entrenos y el instituto era un tanto especial. Con lo que además de las desventajas con mis compañeras por ir todo el día corriendo, del instituto al entreno, para llegar a tiempo, no tenía ninguna ventaja. Tenía que llegar como mis compañeras, eso implicaba al mediodía ir al colegio con la ropa de entreno y sin merendar corriendo a entrenar. Si llegaba tarde era penalizada con 2 vueltas al recinto y 500 abdominales, uff recordar todo esto… la piel de gallina.

Hacía 8 horas de entreno al día. Os explico: la federación Joaquim Blume es una residencia donde estás interno, duermes, comes, vives, entrenas… todo lo realizas allí, la disciplina y responsabilidad van muy atadas a lo que se exige para poder estar ahí con la beca correspondiente, con lo que los horarios, notas escolares, compañerismo, son fundamentales. Los horarios de comedor eran estrictos, si no te daba tiempo dentro del horario, era tu problema por no saber organizarte. Aquí empieza mi desventaja: los entrenos eran el de mañana a las 6’30h hasta las 8h, al mediodía de 15h a 16’30h y a la tarde de 17’45h a 22’45h. Entonces tenías que cuadrar tu tiempo con los entrenos y el comedor; nada fácil. El desayuno se abría a las 7h hasta las 9h, para la comida de 13’30h a 16h, en las meriendas hacían un reparto de 17h a 18h y las cenas de 20h a 23h. No sé cómo nos podíamos organizar, la verdad es que en voleibol teníamos el horario al revés que en la residencia, cada una se montaba su planning y estrategia. Sí que es verdad que mis compañeras que estudiaban en la misma residencia se amoldaban más a los horarios. Yo al estudiar fuera no podía organizarme muy bien, porque no eran horarios compatibles, con lo que al desayuno iba después de entrenar, ducha rápida, corriendo coger la ración y salir pitando hacia el colegio. Para la comida igual, del colegio rápido al comedor, comer, descansar 10 minutos y corriendo a entrenar, ducha rápida y al cole. Después a la tarde, a las 17’30h salía del cole y volando a entrenar, porque sólo tenía 15 minutos para ponerme las bambas de pista, rodilleras y a correr discretamente sin que se notara que había llegado justa. Os contaré un secreto: a la vez que nosotras entrenaban las chicas de básquet y estaba Cristina, que venía conmigo a clase. Teníamos la misma edad, pero ellas entrenaban más tarde y además se las tenía mejor consideradas, con lo que les llevaban la merienda al pabellón, así que Cristina por debajo del jersey y sin que nos vieran, me daba una ración de merienda… ¡jajaja! ¡Las cosas que teníamos que ingeniar! Algo parecido hacíamos para cenar, pero aquí influía a todo el equipo, así que nos compinchamos con las del comedor para que nos reservaran comida para cenar y que iríamos directas del entreno corriendo, mientras ellas recogían y sin nosotras molestar; al contrario, muchas veces les ayudábamos a recoger y cenábamos. Lo malo es que éramos las últimas y que no podíamos estar ahí, con lo que la cena era lo que sobraba. Uff, muchas veces subías a la habitación y en nuestros armarios, aparte de ropa de entreno, había comida (secreto también, porque no se podía comer en las habitaciones), pero adolescentes, deportistas de élite, con un hambre que devorábamos… ¿quién nos paraba? ¡Arrasábamos con todo!

Lo demás, qué deciros, no era fácil el tema de las dietas, pero tampoco los estudios, entrenos y mucho menos la vida social. Si ya era difícil el tema de las dietas, los estudios se complicaban más, en plena madrugada molestando a tus compañeras de habitación, que éramos 3 en cada una, ponerte a estudiar o a hacer tareas. Muchas veces en los 10 minutos que te tomabas de descanso en el mediodía te ponías a hacer deberes y en las clases intentabas adelantar al máximo. La verdad es que para mí fue muy duro, pero además si le sumas que tu día a día se basa en estudiar y entrenos exigentes, el cansancio podía contigo. Noches en vela, llorera por estar desesperada, de ver que no te daba tiempo para las entregas, si le sumamos que estás lejos de casa y de tu familia y amigos, se acumula el estrés.

Con los exigentes entrenos, tuve un par de lesiones. Una fue una fisura en la clavícula derecha por estar una hora haciendo remates contra la pared, una práctica muy normal de entreno con el voleibol, consiste en dar remates de diferentes formas y potencias contra la pared, para coger habilidad, para mejorar el estilo, etc. Ese día cuando acabé el entreno, me dolía horrores el hombro y después de cenar me puse una bolsa de hielo. En el hall de entretenimiento había dispensarios de hielo al acceso de todos y así cuando te sentías sobrecargado poder ponerte, pero al día siguiente, después de una mala noche, no podía ni moverme. Al ir al médico con cabestrillo acabé. La otra fue una torcedura de tobillo, como muchas, y aunque hubo sólo una, fue bastante seria. Aunque lo mejor de estar en la residencia con la beca de deporte era que tenías un grandísimo equipo de fisioterapeutas y doctores que te cuidaban y te daban solución en muy poco tiempo. Con la fisura en menos de un mes ya estaba dándolo todo en los entrenos y partidos, igual que con las torceduras ni paraba, excepto por la fisura de la clavícula, por las torceduras o dislocación, un reposo justo de un par de días, la rehabilitación cada día… Pero eso sí, menos horas de entreno, ya que ibas a recuperación.

Fue una dura etapa para mí. Tengo un buen recuerdo, porque me demostré a mí misma la clase de persona que soy y lo mucho que crecí en aquella etapa, por la exigencia y disciplina y el valor. Vivir lejos de la familia era difícil, igual con los amigos, que a muchos los perdí porque no entendían la presión a la que te veías sometido, no podías ir al cine o tomar una Coca-Cola con ellos, porque o estabas en los partidos, entrenando o estudiando. No había apenas tiempo para nada, el sábado o el domingo había partido, así que si era el sábado hasta el domingo o final del partido no ibas a casa, pero si era domingo volvías a casa el sábado y te ponías a preparar todo para la siguiente semana, ya que el domingo después del partido, a la residencia. Vaya que el fin de semana ni te dabas cuenta de que habías estado en casa. Con el tiempo te refugias en lo único que tienes, el deporte. Cuando estaba en casa, el poco tiempo lo dedicaba a estar con la familia, estudiar o ponerme a entrenar… era lo que me quedaba. Luego también en la residencia, todos somos deportistas, luchando por un futuro que te gusta pero existe la competencia y sobretodo la exigencia de cada uno. Yo lo era y mucho, pero también quería ser compañera, aunque en un mundo como éste, la rivalidad va atada. Eso acabó creándome un problema, pues a finales de temporada había que luchar por seguir federada, seguir con la beca y poder continuar al año siguiente. Fue muy duro, lágrimas y más lágrimas, iba todo bien, estaba muy fuerte, la técnica muy buena, los estudios regular, pero bueno aprobando, pero anímicamente empezaba a estar cansada. Lucha tras lucha, lo más insignificante me parecía un mundo conseguirlo. Así cuando llegó la entrevista con el entrenador para ver qué hacía al año siguiente, fue duro pero había que tomar una decisión: continuar o dejarlo. ¡Uff! Me costó mucho, mis padres estaban delante, ellos sabían mi decisión y me apoyaban, aún a sabiendas que cambiaría mi futuro y por todo lo que había estado luchando tantos años, decidí dejarlo. No pude ser más fuerte, delante del entrenador, emocionada y casi sin palabras, me despedía. Os escribo esto y estoy emocionada, porque explicando este pasado he recordado los buenos momentos, pero también lo mal que lo pasé y todo de lo que tuve que prescindir. Atrás dejé mucho, que es lo que la vida nos enseña, mirar adelante y luchar por lo que uno quiere, pero con 14 años crecí de golpe. Tuve que hacerlo para ser una superviviente fuerte y luchadora. En la actualidad, cuando algo me supera, recuerdo aquella etapa y pienso: “si sólo siendo una niña pude crecer y afrontar lo que viniera, ahora también puedo”.

Como dice una persona que quiero y valoro: “Si puedes soñarlo, puedes lograrlo”. Mi dicho es parecido “Si tú sabes lo que vales, ve y consigue lo que mereces”. No hay nada ni nadie que te pueda decir; esto no, por aquí no, no eres capaz… El NO no existe en mi vocabulario, puedes decirlo de otra forma: “No puedo seguir” o “No, puedo seguir”. He aquí la cuestión.

Espero haberos llegado con mi historia y que hayáis podido sentir lo que fue para una niña una vida deportiva de alto rendimiento, os explicaré qué pasó después, los cambios que hubo y por lo que sufrí también y tuve que recordar mis propias palabras.

 

Un cordial saludo y hasta pronto.

Elisabet Zamorano Martínez

Un abrazo.

 

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El KRONOS de Elisabet


COLORS ZIRCONIA GRAY
REF: 758.5.SZR
Movimiento: Cuarzo
Cristal: Mineral extraduro
Caja y Esfera: Caja de 40mm
Esfera y bisel con zirconitas
Corona y fondo a presión
Sumergible a 5 Atm
Brazalete: Silicona
Cierre desplegable de acero

El voleibol en tiempos de juventud


La infancia y el camping


Presentación Elisabet Zamorano Martínez


Me presento a los lectores, soy Elisabet Zamorano Martínez, nací en Barcelona el 23 de enero de 1986, en la primera nevada que hubo en la ciudad desde hacía años, ya dando guerra… A los 6 meses los médicos no daban más de 24 horas y una de las tantas soluciones era alejarme de la ciudad y vivir rodeada de vegetación, a parte del tratamiento oportuno. Mis padres sin dudarlo cada día hacían más de 60km para poder vivir en la montaña. Aquí empezó la afición de hacer camping, cada día festivo que ellos tenían nos íbamos a Gerona para disfrutar de la montaña, fue así como empecé con mi afición al deporte. A los campings íbamos muchas veces entre semana y mi padre se encargó de enseñarme a ir en bici y la de cosas que me ofrecía la montaña, en la que me dejaba llevar por los caminos o por mi fiel compañera, mi perrita Cyndi, con la que descubríamos paisajes y aventuras.

Aparte también en el colegio hacía gimnasia artística y piscina. Con la gimnasia disfrutaba pero para mí sólo era arte y no acababa de disfrutar, en cambio con la piscina, que aprendí sola, disfrutaba y fue entonces cuando mis padres decidieron inscribirme para recibir clases y además poder participar en competiciones. Lo mejor de esa experiencia fue que cuando lo recuerdo me entra la risa, porque cuando iba en mi carril compitiendo por la medalla, iba en primera posición y cuando me distraía buscando a mis padres perdía mi ventaja, jajaja. Hay que decir que sí, gané varias medallas de oro, plata y bronce, pero he de decir que mi gran disfrute era eso, disfrutar de mis amigos, mis aficiones y no concretamente competir, sino divertirme.
A los 11 años nos mudamos de Barcelona para vivir en Rubí, donde mi vida cambió totalmente, hice mis primeros amigos y ese mismo verano en la feria del comercio del pueblo, mientras paseaba con música y amigos descubrí mi verdadera motivación por el deporte. El entrenador del equipo femenino de voleibol de Rubí, se acercó para preguntarme la edad y si practicaba este deporte en cuestión, fue entonces cuando me explicó en qué consistia y es aquí donde despertó mi pasión por éste. Tenía que comentarlo con mis padres pero me entusiasmó lo que aquella persona me explicó, un deporte en el que los valores del compañerismo y trabajo en equipo eran fundamentales, algo que aún tan sólo teniendo 11 años encajaba en mi manera de ser.

Mis padres al ver con el entusiasmo que les expliqué lo que me habían ofrecido y sabiendo la afición que tenía por el deporte y mi manera de ser, decidieron apuntarme a un campus de verano que se celebraba en el polideportivo de Rubí, allí conocí a mis compañeras y lo que sería mi futuro equipo.

Fue una época de cambios, lugar de residencia, colegios y además aficiones. Hasta acabar la primaria, seguía yendo al colegio en Barcelona, no impidiéndome poder asistir a los entrenos, llegaba un poco justa a las 18 pero formaba parte del esfuerzo que conlleva poder hacer algo que te guste.

En esta etapa fue donde yo quería dar un salto en el voleibol y hablando con mi entrenador decidió proponer a mis padres que jugara con la categoría superior ya que podía por edad y estatura. Esta decisión fue difícil y dura ya que mis padres no querían que afectara en mis estudios, después de hablar con ellos les dije las ganas que tenía por jugar en la otra categoría y a la vez que daría el 100% en los estudios. Ellos llegaron a entenderme y aun con los cambios de horario para entrenar y que los fines de semana nos teníamos que desplazar para jugar los partidos accedieron a ello, cosa por la que siempre les estaré agradecida.

Después de tanto insistir, rogar y pedir ya pasó el primer año de Rubí, llegó de nuevo el verano y volví a hacer el campus, con el que entramos en unas directrices, mis padres se ponían serios con el entrenador y le exigieron que si yo bajaba mi nivel de estudios, dejaba el voleibol, que si me implicaba el tener que madrugar para ir al colegio y no lo soportaba, dejaría el voleibol, etc. A todo esto, mis padres decían que no querían ir de partido en partido por la disponibilidad laboral de ellos, así que entre ellos llegaron a su conclusión, la que podéis tener clara. Mi resignación fue que el entrenador pactó que ese año me permitía entrenar con ellos y que al siguiente año ya lo hablaríamos. En la entrada de esa temporada, había que hacer la ficha y por la que el entrenador explicó a mis padres la posibilidad de federarme y ellos aceptaron; en aquella época sólo tenía 13 años. Desconocía el fin de esas pruebas, jamás las había hecho, no tenía idea de qué objetivo tenía la posibilidad de ser federada, no entendía la importancia en hacerlas, así que yo las hice sin más, con la fuerza que tenía y con la sencillez y humildad propias, pues de allí salí con una noticia, que esa fue la que cambió totalmente mi vida de cara al deporte y en concreto a éste, al voleibol. La federación Catalana Joaquim Blume me reclamaba para entrar en su equipo, reclamaban que volviera para poder hacer otras pruebas. Mis padres hablaron con el entrenador, hice la entrevista y estaba delante de una opción de futuro, pero por la que mis padres no cedían, ya que era muy joven. La federación lo entendió. Al año siguiente fue la misma federación la que reclamó mi presencia para volver a hacer las pruebas para federarme otro año más. Durante el año, había demostrado a mis padres que yo quería, que podía con todo, porque había ido compaginando entrenos, estudios y aficiones sin ningún problema. Ese año ya iba a ser más fácil, porque empezaba el instituto en Rubí, así que ya no tenía que hacer esos madrugones de las 6 de la mañana para ir al colegio. La decision fue que aceptaban que dedicara el tiempo para los entrenos y partidos. Una vez hablado con mi entrenador, hicimos las pruebas y para mi sorpresa volvieron a reclamarme, querían que formara parte de la federación, pero yo tenía 14 años y eso de tener que estar interna allí toda la semana, además de los exigentes entrenos y de los partidos todos los fines de semana, a mis padres no les gustaba, así que otro año más sin entrar, decidí demostrar a mis padres que me lo merecía y que era lo que quería, después de sacar buenas notas, una buena deportista dedicada y motivada, conseguí convencer a mis padres de que en la próxima convocatoria lo aceptaríamos.

Pues así fue, ese día llegó, las pruebas y la llamada de la federación, no me lo podía creer, ya que ese día había habido mucha más gente, mucha competencia, me hicieron más pruebas, a cada cual más difícil, pero llego el día de mudarme a la Federación Catalana de Joaquim Blume. Qué impresión el entrar allí con la maleta en la mano y ropa de deporte, porque ya iba a empezar mi nueva vida, nuevos entrenos. Madre mía dónde me estaba metiendo…

Ese mismo día ya empezó el entreno y por la noche llamaron mis padres para saber qué tal me había ido y yo llorando dije: ¿qué es lo que estoy haciendo y dónde me he metido? Fue una experiencia dura, muy dura, tuve que elegir entre amigos y deporte, entre familia y deporte, una época que os contaré con todo detalle más adelante.
Mi carrera deportiva ha continuado hasta ahora y seguirá así, con mi intención de aprender nuevos deportes y nuevas formas de verlo. Concretamente os escribo desde el sofá, con la pierna en reposo por haberme lesionado este pasado fin de semana practicando mi primera carrera y para nada la última, Spartan Race Sprint, pero como ya os iré explicando no ha sido ésta mi primera lesión, por desgracia ha habido muchas y por las que he tenido que aprender a luchar por mis recuperaciones para seguir con lo que más me gusta, el deporte.

Así que espero no haberme enrollado mucho con mi vida, porque aún me queda mucho que contaros. Me gustaría poderos transmitir lo que es para mí el deporte y lo importante que ha sido en mi vida, tener la oportunidad de describiros estas sensaciones vividas y que podamos compartir experiencias juntos.

Un cordial saludo y hasta pronto.
Elisabet Zamorano Martínez
Un abrazo.

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