Mi paso por la Federación Catalana Joaquim Blume
Aquí estamos otra semana más, me presenté y os hice un resumen de lo que había sido mi historia con el deporte. Pues os voy explicar cómo fue mi experiencia en la Federación Catalana de Joaquim Blume en el año 2000/2001.
Entré con 14 años, un año antes de lo permitido, pues se inicia de cadete (que sería la franja de edad de 16-18 años). Eso ya era una desventaja, mi escolaridad tenía que ser fuera de la federación, con ello había otros grandes inconvenientes, los horarios no se amoldaban a los entrenos y el instituto era un tanto especial. Con lo que además de las desventajas con mis compañeras por ir todo el día corriendo, del instituto al entreno, para llegar a tiempo, no tenía ninguna ventaja. Tenía que llegar como mis compañeras, eso implicaba al mediodía ir al colegio con la ropa de entreno y sin merendar corriendo a entrenar. Si llegaba tarde era penalizada con 2 vueltas al recinto y 500 abdominales, uff recordar todo esto… la piel de gallina.
Hacía 8 horas de entreno al día. Os explico: la federación Joaquim Blume es una residencia donde estás interno, duermes, comes, vives, entrenas… todo lo realizas allí, la disciplina y responsabilidad van muy atadas a lo que se exige para poder estar ahí con la beca correspondiente, con lo que los horarios, notas escolares, compañerismo, son fundamentales. Los horarios de comedor eran estrictos, si no te daba tiempo dentro del horario, era tu problema por no saber organizarte. Aquí empieza mi desventaja: los entrenos eran el de mañana a las 6’30h hasta las 8h, al mediodía de 15h a 16’30h y a la tarde de 17’45h a 22’45h. Entonces tenías que cuadrar tu tiempo con los entrenos y el comedor; nada fácil. El desayuno se abría a las 7h hasta las 9h, para la comida de 13’30h a 16h, en las meriendas hacían un reparto de 17h a 18h y las cenas de 20h a 23h. No sé cómo nos podíamos organizar, la verdad es que en voleibol teníamos el horario al revés que en la residencia, cada una se montaba su planning y estrategia. Sí que es verdad que mis compañeras que estudiaban en la misma residencia se amoldaban más a los horarios. Yo al estudiar fuera no podía organizarme muy bien, porque no eran horarios compatibles, con lo que al desayuno iba después de entrenar, ducha rápida, corriendo coger la ración y salir pitando hacia el colegio. Para la comida igual, del colegio rápido al comedor, comer, descansar 10 minutos y corriendo a entrenar, ducha rápida y al cole. Después a la tarde, a las 17’30h salía del cole y volando a entrenar, porque sólo tenía 15 minutos para ponerme las bambas de pista, rodilleras y a correr discretamente sin que se notara que había llegado justa. Os contaré un secreto: a la vez que nosotras entrenaban las chicas de básquet y estaba Cristina, que venía conmigo a clase. Teníamos la misma edad, pero ellas entrenaban más tarde y además se las tenía mejor consideradas, con lo que les llevaban la merienda al pabellón, así que Cristina por debajo del jersey y sin que nos vieran, me daba una ración de merienda… ¡jajaja! ¡Las cosas que teníamos que ingeniar! Algo parecido hacíamos para cenar, pero aquí influía a todo el equipo, así que nos compinchamos con las del comedor para que nos reservaran comida para cenar y que iríamos directas del entreno corriendo, mientras ellas recogían y sin nosotras molestar; al contrario, muchas veces les ayudábamos a recoger y cenábamos. Lo malo es que éramos las últimas y que no podíamos estar ahí, con lo que la cena era lo que sobraba. Uff, muchas veces subías a la habitación y en nuestros armarios, aparte de ropa de entreno, había comida (secreto también, porque no se podía comer en las habitaciones), pero adolescentes, deportistas de élite, con un hambre que devorábamos… ¿quién nos paraba? ¡Arrasábamos con todo!
Lo demás, qué deciros, no era fácil el tema de las dietas, pero tampoco los estudios, entrenos y mucho menos la vida social. Si ya era difícil el tema de las dietas, los estudios se complicaban más, en plena madrugada molestando a tus compañeras de habitación, que éramos 3 en cada una, ponerte a estudiar o a hacer tareas. Muchas veces en los 10 minutos que te tomabas de descanso en el mediodía te ponías a hacer deberes y en las clases intentabas adelantar al máximo. La verdad es que para mí fue muy duro, pero además si le sumas que tu día a día se basa en estudiar y entrenos exigentes, el cansancio podía contigo. Noches en vela, llorera por estar desesperada, de ver que no te daba tiempo para las entregas, si le sumamos que estás lejos de casa y de tu familia y amigos, se acumula el estrés.
Con los exigentes entrenos, tuve un par de lesiones. Una fue una fisura en la clavícula derecha por estar una hora haciendo remates contra la pared, una práctica muy normal de entreno con el voleibol, consiste en dar remates de diferentes formas y potencias contra la pared, para coger habilidad, para mejorar el estilo, etc. Ese día cuando acabé el entreno, me dolía horrores el hombro y después de cenar me puse una bolsa de hielo. En el hall de entretenimiento había dispensarios de hielo al acceso de todos y así cuando te sentías sobrecargado poder ponerte, pero al día siguiente, después de una mala noche, no podía ni moverme. Al ir al médico con cabestrillo acabé. La otra fue una torcedura de tobillo, como muchas, y aunque hubo sólo una, fue bastante seria. Aunque lo mejor de estar en la residencia con la beca de deporte era que tenías un grandísimo equipo de fisioterapeutas y doctores que te cuidaban y te daban solución en muy poco tiempo. Con la fisura en menos de un mes ya estaba dándolo todo en los entrenos y partidos, igual que con las torceduras ni paraba, excepto por la fisura de la clavícula, por las torceduras o dislocación, un reposo justo de un par de días, la rehabilitación cada día… Pero eso sí, menos horas de entreno, ya que ibas a recuperación.
Fue una dura etapa para mí. Tengo un buen recuerdo, porque me demostré a mí misma la clase de persona que soy y lo mucho que crecí en aquella etapa, por la exigencia y disciplina y el valor. Vivir lejos de la familia era difícil, igual con los amigos, que a muchos los perdí porque no entendían la presión a la que te veías sometido, no podías ir al cine o tomar una Coca-Cola con ellos, porque o estabas en los partidos, entrenando o estudiando. No había apenas tiempo para nada, el sábado o el domingo había partido, así que si era el sábado hasta el domingo o final del partido no ibas a casa, pero si era domingo volvías a casa el sábado y te ponías a preparar todo para la siguiente semana, ya que el domingo después del partido, a la residencia. Vaya que el fin de semana ni te dabas cuenta de que habías estado en casa. Con el tiempo te refugias en lo único que tienes, el deporte. Cuando estaba en casa, el poco tiempo lo dedicaba a estar con la familia, estudiar o ponerme a entrenar… era lo que me quedaba. Luego también en la residencia, todos somos deportistas, luchando por un futuro que te gusta pero existe la competencia y sobretodo la exigencia de cada uno. Yo lo era y mucho, pero también quería ser compañera, aunque en un mundo como éste, la rivalidad va atada. Eso acabó creándome un problema, pues a finales de temporada había que luchar por seguir federada, seguir con la beca y poder continuar al año siguiente. Fue muy duro, lágrimas y más lágrimas, iba todo bien, estaba muy fuerte, la técnica muy buena, los estudios regular, pero bueno aprobando, pero anímicamente empezaba a estar cansada. Lucha tras lucha, lo más insignificante me parecía un mundo conseguirlo. Así cuando llegó la entrevista con el entrenador para ver qué hacía al año siguiente, fue duro pero había que tomar una decisión: continuar o dejarlo. ¡Uff! Me costó mucho, mis padres estaban delante, ellos sabían mi decisión y me apoyaban, aún a sabiendas que cambiaría mi futuro y por todo lo que había estado luchando tantos años, decidí dejarlo. No pude ser más fuerte, delante del entrenador, emocionada y casi sin palabras, me despedía. Os escribo esto y estoy emocionada, porque explicando este pasado he recordado los buenos momentos, pero también lo mal que lo pasé y todo de lo que tuve que prescindir. Atrás dejé mucho, que es lo que la vida nos enseña, mirar adelante y luchar por lo que uno quiere, pero con 14 años crecí de golpe. Tuve que hacerlo para ser una superviviente fuerte y luchadora. En la actualidad, cuando algo me supera, recuerdo aquella etapa y pienso: “si sólo siendo una niña pude crecer y afrontar lo que viniera, ahora también puedo”.
Como dice una persona que quiero y valoro: “Si puedes soñarlo, puedes lograrlo”. Mi dicho es parecido “Si tú sabes lo que vales, ve y consigue lo que mereces”. No hay nada ni nadie que te pueda decir; esto no, por aquí no, no eres capaz… El NO no existe en mi vocabulario, puedes decirlo de otra forma: “No puedo seguir” o “No, puedo seguir”. He aquí la cuestión.
Espero haberos llegado con mi historia y que hayáis podido sentir lo que fue para una niña una vida deportiva de alto rendimiento, os explicaré qué pasó después, los cambios que hubo y por lo que sufrí también y tuve que recordar mis propias palabras.
Un cordial saludo y hasta pronto.
Elisabet Zamorano Martínez
Un abrazo.